Creciendo con amor: cultivando adultos sanos y seguros

Desde hace poco las neurociencias y la psicología han sufrido un vuelco radical. Nuestro «cerebro emocional» es mucho más que el vestigio incómodo de nuestra herencia animal: dueño de nuestro cuerpo y de nuestras pasiones, es la fuente misma de nuestra identidad y de los valores que dan sentido a nuestra vida. Si se desajusta, aunque sea un poco, se descompone en mil pedazos; si está en armonía con nuestro cuerpo, nos conduce a convertirnos plenamente en nosotros mismos». David Servan-Schreiber / Curación Emocional.

Nuestras emociones marcan nuestras experiencias. Recordamos aquello que en nuestra historia de vida fue impregnado por una emoción intensa.

Y cada una de ellas tienen una función esencial para nuestro desarrollo como seres humanos con buena salud mental (y física ¿por qué no?).

Un ejemplo claro es que cuando nos deprimimos nuestro sistema inmunológico “baja la guardia”, nos enfermamos más, bajamos de peso, se nos cae el pelo y nuestra piel pierde su luz.

Nuestra sociedad cultiva la idea de que expresar nuestras emociones es un signo de debilidad o de rebeldía. Muchos padres y madres no se dan cuenta del daño que ocasionan al censurar que un niño manifieste su tristeza o enojo.

¿Para qué sirven las emociones?

  • El enojo nos permite acercarnos, luchar y a poner límites.
  • La tristeza nos prepara para llorar y “dejar ir”.
  • El miedo nos impulsa a huir, a atacar y en ocasiones nos paraliza.
  • La vergüenza nos hace retirarnos y escondernos.
  • Y la culpa nos mueve a remediar el daño ocasionado.

Cada una trabaja a nuestro favor, sin embargo, muchos niños y muchas niñas son censuradas cuando muestran su enojo o tristeza. Tienen derecho a sentir.

Cuando se reprimen las emociones (las cuales tienen funciones adaptativas), se priva a un ser humano de vivir plenamente. Y es a partir de ese momento que se disparan los dolores sin razón orgánica, dolores musculares, migrañas, defensas bajas, problemas gastrointestinales, vómitos…

Los niños y niñas están aprendiendo a regularse, y es válido que se enojen por cosas que un adulto considera “absurdo e inclusive tonto”.

Es esperable que un adulto no patee ni se tire al piso a llorar si le cambian el canal de televisión. Sin embargo, en un niño es algo que puede suceder.

¿Qué hacer?

Primero que nada, ponerse a la altura del niño, VALIDAR la emoción; esperar a que su nivel de activación entre en su “ventana de tolerancia” (cuando el niño se calma es más probable que escuche lo que vas a decirle a cuando está hiperactivado) y castigar la conducta “LA CONDUCTA NO, TÚ SÍ”, para eso debemos ser creativos.

Evidentemente el que un niño o niña aprenda a regular sus emociones no se da por arte de magia. Hay que ser constante en su construcción. Por eso es importante también que los padres sepan regularse cuando ponen límites a sus hijos; hoy existen muchas formas para lograrlo, respiración diafragmática, por ejemplo, meditación, ejercicio, yoga y muchas más.

Se que a veces no se tiene el tiempo para eso, sin embargo, creo que un mensaje de vida muy importante para los hijos es valorar el autocuidado. Si un barco se hunde y solo hay un salvavidas lo mejor sería que la madre/padre se lo ponga y salve al niño/a.